martes, 16 de octubre de 2007

Una vez-...-




Una vez, llegó a la selva un búho que había estado en cautiverio, y explicó a todos los demás animales las costumbres de los humanos.

Contaba, por ejemplo, que en las ciudades los hombres calificaban a los artístas por competencias, a fín de decidir quienes eran los mejores en cada disciplina: pintura, escultura, dibujo, canto...

La idea de adoptar costumbres humanas prendió con fuerza entre los animales y quizá por ello se organizó un concurso de canto, en el que se inscribieron la mayoría de los presentes, desde el jilguero hasta el rinoceronte.

Así fue, todos los animales, incluido el hombre, subieron al estrado y cantaron, recibiendo un mayor o un menor aplauso de la audiencia.

Después anotaron su voto en un papelito y lo colocaron en una urna al lado del búho.

El búho subió al improvisado escenario y, flanqueado por dos viejos monos, se dispuso a contar los votos. Con gran emoción gritó:

-El primer voto, hermanos, es para nuestro amigo el burro!!

Se produjo un silencio, seguido de tímidos aplausos.

-Segundo voto: ¡el burro!

Desconcierto general.

-Tercero, ¡¡el burro!!

Los concursantes empezaron a mirarse unos a otros, sorprendidos al principio, con ojos acusadores después y, por último, al seguir apareciendo votos para el burro, cada vez más avergonzados y sintiéndose culpables por sus propios votos.

Todos sabían que no había peor canto que el desastroso rebuzno del equino. Sin embargo, uno tras otro, los votos lo elegían como el mejor de los cantantes.

Y así sucedió que, terminado el escrutinio, quedó decidido por "libre elección del imparcial jurado" que el estridente grito del burro era el ganador. Y fue declarado como "la mejor voz de la selva y alrededores".

El búho explicó después lo sucedido: cada concursante, considerándose así mismo el indudable vencedor, había dado su voto al menos cualificado de los concursantes, aquél que no podía representar amenaza alguna.

La votación fue casi unánime. Sólo dos votos no fueron para el burro: el del propio burro que había votado al jilguero, y el del hombre, que, cómo no, había votado por sí mismo.

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Éstas son las cosas que hace la mezquindad en nuestra sociedad. Cuando nos sentimos tan importantes que no hay espacio para otros, cuando no podemos ver más allá de nuestras narices, cuando nos imaginamos tan maravillosos que no concebimos otra posibilidad... La vanidad, la miseria y la estupidez nos vuelven mezquinos. No egoístas, sino mezquinos.

4 comentarios:

Copito dijo...

Bonito relato!!

Besitos!

Álvaro Fernández Magdaleno dijo...

Que razón tienes.
Está muy bien el relato.
Un beso,
Álvaro

Pablo A. Fernández Magdaleno dijo...

Interesante relato. Pero el egocentrismo es difícil de aniquilar. Al menos, completamente.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Al final lo he leído! jeje. Muy bonito. Nos vemos en Salamanca reinaa!
Un besazo enorme